Entrevista con Paolo Fabbri


Intervista con Marcello Serra, Revista de Occidente, Fundación José Ortega y Gasset, Madrid, N° 374-375, Julio-Agosto 2012, pp. 232-246.
Ora in AA.VV., Secretos en red. Intervenciones semiòticas en el tiempo presente, a cura di Jorge Lozano, Sequitur ed., Madrid, 2014.


–Profesor Fabbri, el secreto ha sido considerado desde diferentes perspectivas como un elemento de extraordinaria importancia sociológica ycultural. ¿Cuál es su papel en la actual sociedad de la información y cuáles los autores, tanto clásicos como contemporáneos, que desde su punto de vista pueden orientarnos hoy en el estudio del secreto?

–El secreto está implicado en todo acto comunicativo y, por tanto,es evidente que en una sociedad de la información la proliferación de la dimensión comunicativa provoca también la proliferación de los secretos. El problema es el enfoque que se puede hacer, por ejemplo, sobre lo dicho o sobre lo no dicho y, sin duda, el estudio se orienta generalmente hacia lo expresado y no hacia lo escondido, silenciado o implicado en el discurso. Lo no expresado puede ser postulado, imaginado, reconstruido y también tipologizado. La investigación puede darse en el campo de las ciencias humanas, en sociología, pero también, como es obvio, en lingüística y semiótica. Las disciplinas que han afrontado la cuestión de las complejas modalidades de lo no expresado, de lo escondido y de lo intencionalmente ocultado son muchas y muy diferentes. Según mi opinión, las que han producido hipótesis fundamentales sobre el funcionamiento del secreto han sido, casi siempre, las que han tratado de manera eficaz la dimensión de la comunicación. Entre ellas, algunas se han centrado en la dimensión del secreto más bien que en la de lo expresado.
En el campo de la teoría sociológica pienso ciertamente en Simmel y en sus reflexiones sobre el secreto y las sociedades secretas. Sin embargo, la figura central que ha formulado la cuestión del secreto en su naturaleza estratégica, y no ontológica, es sin duda Goffman. Y, en mi opinión, él sigue siendo la referencia teórica para entender cómo se articulan estos conocimientos. Fundamental, por ejemplo, es su distinción entre secreto individual, del que se ocuparía el psicoanalista, y secretos de equipo. Recientemente, quien se ha interesado desde un punto de vista sociológico por el secreto ha sido Boltanski, que acaba de publicar un libro, dedicado a enigmas y complots, que representa una reflexión sobre el problema de la investigación para el descubrimiento de los secretos.
Otra posibilidad es recurrir a teorías connotativas, de tipo nonecesariamente científico, que se encuentran en la literatura policíaca o de espionaje. Sobre práctica y teoría del secreto, probablemente hay mucho más en literatura que en muchas teorizaciones de la sociología o la lingüística.

–En este número de Revista de Occidente se publica un viejo artículo suyo, «Todos somos agentes dobles». A más o menos un cuarto de siglo de distancia, ¿cómo redefiniría usted el paradigma de Judas?

–El problema del agente doble es interesante porque la persona que es capaz, de alguna manera, de tener competencias dobles es una figura al mismo tiempo doble en el sentido malo de la palabra, ambigua, reversible, pero también una figura que domina las dos o más culturas de referencia. Recientemente, en Afganistán, se han descubierto incluso casos de agentes triples y creo que merecería la pena examinarlos. En mi opinión, estos casos mostrarían no solo la duplicidad del ser humano, sino también la complejidad estratégica en las relaciones y traducciones entre lenguajes y culturas.
Sin embargo, tengo la impresión de que en este tema no se ha avanzado mucho. Hay muchos estudios sobre el tema del funcionamiento del agente doble en el ámbito de investigaciones específicas, por ejemplo de la teoría de la política o del comercio, pero sobre el papel del agente doble y de su estrategia creo que se ha dicho poco. Poco en el sentido que nos interesa a los semiólogos. Para la semiótica, al contrario, ya que a partir de Lotman y de la tradición lotmaniana nos hemos centrado en la cuestión de la traducibilidad, es decir en el hecho de que el signo no existe por sí solo sino solamente como traducción de, por lo menos, otro signo, es evidente que la problemática de la traducción y de la traición es esencial para nuestra reflexión. Pero respecto al problema del agente doble, es decir de la persona competente en ambas culturas y que es el único capaz de traducir y traicionar tanto a una como a la otra, incluso a veces de forma creativa, creo que, efectivamente, no hemos avanzado mucho y que, en este sentido, hay un campo de investigación abierto y muy fértil. Hay muchos datos, muchos portulanos, pero falta un mapa. Este mapa tenía que ser una teoría de la traducción un poco más amplia, teoría que está presente en las investigaciones de Lotman, pero que no ha tenido un desarrollo en la dirección que esperábamos.

–La teoría de la información nació interesándose por la criptografía. Usted ha trabajado sobre este tema con expertos como el matemático Pierre Rosenstiehl. ¿Qué nos puede decir este tipo de estudios sobre el fenómeno WikiLeaks, que últimamente ha atraído tanta atención hacia el tema del secreto?

–Probablemente, la criptografía es, hoy en día, la disciplina matemática más desarrollada, y también más vendida, ya que estamos en una sociedad en la que el problema del control de la información es fundamental. El juego entre matemáticos para construir un código que no se pueda romper, con premios extraordinarios para quien lo consiguiera, es una de las actividades constantes de la matemática contemporánea. Hoy las técnicas de encriptación son tales que se podría decir que el secreto está escondido en el tiempo. Es decir, yo sé muy bien que lo que voy a encriptar será descifrado, pero quien lo haga tardará el tiempo suficiente para que, mientras tanto, yo pueda mantener mi secreto.
Creo que, al respecto, WikiLeaks es un caso interesante. Antes que nada porque, por ejemplo, Julian Assange y muchos de sus colaboradores son gente que han estudiado matemáticas y física y han elaborado una compleja estrategia dirigida, al menos aparentemente, a la democratización y a la creación de transparencia. Sin embargo, lo paradójico es que, usando técnicas de decriptación y encriptación, han creado una pequeña sociedad secreta, porque WikiLeaks es una sociedad secreta, que intenta descifrar secretos, y en concreto secretos de Estado. Por tanto, nos encontramos frente al hecho de que para descifrar estos secretos es necesario crear una sociedad secreta. WikiLeaks es, entonces, un ejemplo perfecto: el medio es la criptografía, el actor es un actor secreto y, al otro lado, está el secreto de Estado. Sin embargo, esto crea una especial fragilidad, y el caso de Bruce Manning es, en este sentido, absolutamente espectacular. De la misma manera, también la sociedad secreta se revela particularmente frágil y penetrable, y así también la criptografía. Estamos, por tanto delante de una organización social enteramente gestionada por un modelo criptográfico.

–Parece que los documentos clasificados por los gobiernos como reservados o secretos crecen día a día. ¿Cuál es la relación entre información, poder y control?

–Se trata de una cuestión muy amplia a la que, por otra parte, se han enfrentado, y de manera clara, los juristas constitucionalistas. El Estado, como dice la teoría, es doble: existe el Estado de derecho y, luego, el Estado del poder, o lo que es lo mismo, el Estado de la relación de control, que se manifiesta de dos maneras. Una en el nivel internacional, y es ahí donde WikiLeaks juega un determinado papel. El Estado más democrático con respecto a su organización interna puede comportarse, a veces, como un Estado absolutista tradicional, es decir escondiendo secretos, queriendo descubrir secretos, etc. Hacia el exterior, en suma, el juego de los secretos se parece al de las monarquías absolutas, pero el Estado actúa de forma doble hacia su interior, donde encontramos el problema de la relación con lo privado. Respecto a lo privado, el Estado tiene dos actitudes distintas. Una depende del hecho de que, en cierta medida, el Estado debería decir todo lo que hace, puesto que en una democracia los ciudadanos deberían saberlo todo. Al mismo tiempo, no debe violar la privacidad de los ciudadanos.
Diferente es el problema del funcionamiento interno del segundo Estado, el Estado que, en cierta medida, guarda y esconde los secretos. La pregunta seria que hay que hacerse al respecto es: ¿hasta qué punto puede hacerlo? ¿Qué derecho tiene a hacerlo? Digamos, para simplificar las cosas, que hay unos objetivos protegidos por la Constitución. Creo que el Estado tiene el derecho de defender estos objetivos y, por tanto, el uso del secreto no es ilegítimo a priori y que la idea de una visibilidad total es utópica.
Obviamente, este es un problema muy delicado, y es interesante reflexionar sobre cómo se construye el secreto, es decir sobre cómo algunos elementos quedan en secreto y otros son abiertos, revelados. El problema de la puesta en secreto es que hay unos actores que la realizan por cuenta del Estado.
Recientemente me ha impresionado mucho un artículo de Peter Galison, que he leído hace poco pero que apareció en Critical Inquiry en 2004. Galison cuenta que, durante la guerra fría, y como consecuencia de la segunda guerra mundial y del descubrimiento de la bomba atómica, cambió el régimen del secreto de Estado. Aquellos dos acontecimientos fueron la causa de un cambio en la organización del Estado y obligaron no solo a un nuevo tipo de encubrimiento de la información, sino también a la elaboración de una tipología interna, connotativa, es decir no teórica ni científica, que organiza la praxis de la puesta en secreto.
Aparte del hecho de que el número de los documentos secretos aumenta rapidísimamente, Galison da un dato sorprendente: que los documentos que se clasifican cada año serían muchísimos más que los que se publican. Hubo un tiempo en que existían los Infiernos de la bibliotecas, con obras a las que no se podía acceder y que, generalmente, tenían que ver con cuestiones de sexo pero también de poder. Hoy tenemos este inmenso Purgatorio. La Iglesia ha decidido que el Purgatorio no existe, pero existe el Purgatorio del secreto, de la información. Se trata de un Purgatorio colosal y es Purgatorio porque no es para siempre: después de un tiempo, después de un largo Purgatorio, el secreto de algún modo se aclara.
Esta enorme operación tiene un inmenso valor desde el punto de vista epistemológico y es muy interesante para los semiólogos porque nos coloca frente a una anti-epistemología. Si la epistemología estudia el funcionamiento del conocimiento, la anti-epistemología aborda la manera en que el conocimiento se esconde: no está en contra de la epistemología sino que representa su estrategia inversa. ¿Quién la pone en práctica? Galison cuenta que existen unos secretos que son innatos, es decir que nacen con su contenido y que, en Estados Unidos, tienen que ver, por ejemplo, con todo lo relativo a lo nuclear. Luego están los demás tipos de secreto, para los que hay un cierto número de personas, alrededor de cuatro mil, que son los primeros clasificadores y deciden el nivel de clasificación de cada documento; después de este primer paso, el proceso de codificación pasa a manos de codificadores elegidos por los primeros.
Todo esto tiene que ver con la relación entre estrategia y secreto. Mientras que existe una tendencia a tratar el secreto de forma ontológica, en realidad la tipología de los secretos solo puede ser accesible a partir de una estrategia. Pensemos en el ejemplo de un conflicto con alguien: habrá que estimar el daño potencial que podría causar ese conflicto y, a partir de esta evaluación, limitar las informaciones, es decir crear secretos. Si el daño es muy grande la clasificación será top secret, si no es tan grande será secret, y si el daño es de alguna forma evitable será confidential. Por tanto, la tipología de los secretos, de su llamémosla intensidad, es correlativa a su función estratégica.
Yo creo que todo esto es muy interesante y que estas tipologías de tipo connotativo, construidas por quien trata con los secretos y los construye, serían muy útiles si consiguiéramos repensarlas dentro de una estrategia más compleja. Esta operación es necesaria para nosotros porque nos ayuda a precisar nuestros modelos. La semiótica ha sido la primera disciplina que ha planteado la cuestión de la interdefinición entre, por ejemplo, lo aparente y lo no aparente, razonando sobre la que se podría llamar una faneroscopia o criptoscopia. En semiótica se dice: una cosa que aparece por lo que es, es verdadera; algo que es, pero no parece, es secreto; una cosa que parece, pero no es, es mentira; una cosa que no parece ni es, es falsa. Este intento de juntar las modalizaciones que llamamos epistémicas o veridictivas para relacionar mentira, secreto y verdad es muy interesante aunque, al mismo tiempo, pobre. Convendría, por tanto, partir de este modelo pero intentar dar cuenta de operaciones más sutiles; en mi opinión, el único modo de hacerlo es establecer una relación entre la tipología de las modalidades veridictivas y la dimensión estratégica.

–¿Como podríamos enmarcar WikiLeaks en todo esto?

–El problema de WikiLeaks es muy interesante porque ellos, igual que otras organizaciones como Anonymous, tienen una ideología que prevé, en primer lugar, la lucha contra el secreto de Estado, pero también una total transparencia. Ahora, es evidente que estas iniciativas de creación de transparencia responden a un crecimiento exponencial de la puesta en secreto. WikiLeaks, por tanto, no es una acción anarquista sino una de las muchas respuestas que hoy se dan al problema de la creación de todo este sistema de secretos, y especialmente de secretos de Estado.
¿Quién lucha contra los secretos de Estado, como hace WikiLeaks, o, en general, contra todo el sistema de secretos? En primer lugar, los periodistas quieren saber las cosas, y lo mismo vale para los historiadores, politólogos y, en general, los intelectuales. Pero quien más cosas quiere saber es la industria, que, en el caso del secreto de Estado, está fuertemente implicada en las revelaciones de secretos, y ello por razones muy obvias. Si se mantiene secreta una información científica que tiene que ver, por ejemplo, con cierto campo especializado porque se teme que, si se transmitiera, podría servir al enemigo, lo que se consigue es que la industria siga investigando sobre el tema y gaste mucho dinero en algo que ya ha se ha descubierto. Por tanto, y aunque luego también tenga sus propios secretos, la industria presionará para que los secretos sean revelados.
Una operación en mi opinión extraordinaria que han hecho recientemente los teóricos de la comunicación criptográfica es la de homologar los secretos políticos a los secretos industriales. Esto tiene que ver, entre otras cosas, con cuestiones jurídicas y es una maniobra muy hábil, ya que esta homología aparentemente no existe. Así, vemos que trabajar sobre estos temas no solo permite reflexionar sobre los fundamentos de la comunicación sino también intervenir en la realidad política y económica.
Todo esto lo digo para enmarcar la actividad deWikiLeaks dentro de una estrategia más general, porque si no lo hacemos aparece como un grupo criminal. De esta forma, al contrario, se convierte en un caso, entre otros, de lucha contra la proliferación del secreto.

–Con respecto al tema de la epistemología sobre las modalidades de la puesta en secreto, usted ha trabajado mucho sobre una de ellas, el camuflaje…

–Empecé a interesarme por el camuflaje por una razón muy sencilla: mi padre era un oficial de aviación y vi unas fotografías de él junto a unos aviones camuflados. Además, es justamente la aviación militar la que ha desarrollado el fenómeno del camuflaje contemporáneo. En un tiempo las guerras se hacían abiertamente: había un frente, y luego el otro frente, y no se sabía lo que había más allá del frente enemigo sino a través de los espías. Esta situación cambió desde que se empezó a utilizar aviones; automáticamente, fue necesario camuflar todo el territorio y no solo el frente. Sin embargo, el hecho de que la guerra provoque un camuflaje generalizado, era solo un aspecto de la cuestión, mucho más compleja, de las estrategias de disfraz que se utilizan para mantener el secreto. Goffman señaló brillantemente este fenómeno cuando dijo que el ladrón no escapa corriendo sino caminando normalmente como los demás, porque la normalidad es el mejor camuflaje. Ya que es en el mundo normal, en las apariencias normales, donde es posible esconderse mejor, el camuflaje no es un disfraz visible, sino algo diferente: una manera de utilizar la normalidad con la finalidad del secreto.
Todas estas hipótesis, que en parte eran personales y en parte provenían de reflexiones existentes en el campo de la sociología, pensé que podían llevarnos a una reflexión más interesante, sobre todo porque el camuflaje es un problema no solo humano, sino también animal, y por tanto conducía a una etología general de la problemática del secreto. También los animales se esconden, desaparecen y se disfrazan: o se convierten en otros o se vuelven invisibles. El hecho de que el camuflaje pusiera al hombre junto con el animal en las estrategias del disfraz me parecía interesante. Pero luego hubo un paso más, que no me esperaba, cuando los amigos biólogos me señalaron las estrategias de camuflaje y disfraz utilizadas en la lucha contra los anticuerpos por los microorganismos que penetran, por ejemplo, en el cuerpo humano. Ahí acontecen cosas sorprendentes, que incluyen ocultamientos, secretos, disfraces, estrategias, etc. Algo que se extendía desde los microorganismos hasta las grandes guerras entre sociedades animales, como en el caso de las hormigas, y a las sociedades humanas, me pareció que era un fenómeno que podía interesar a la semiótica.
Es evidente que el camuflaje puede consistir no solo en vestirse de manera que el cuerpo no sea reconocido en el medio, ya que hoy, por ejemplo, todos llevan vestidos-camuflaje justamente para ser reconocidos. Al contrario, el camuflaje puede ser también, y esto me parece lo más interesante, la utilización de las apariencias normales. Lo que plantea el problema de qué es la apariencia normal. Partir de la idea de que esta es, en realidad, un sistema de secretos y ocultaciones me pareció una manera más interesante de mirar a la sociología que la de encontrar, por ejemplo, las diferencias en la manera en que se visten las tribus urbanas, lo que me parece muy interesante desde el punto de vista de las discontinuida des explícitas, pero menos que plantearse más radicalmente la cuestión de la apariencia normal. Hoy en día, quien quiera disfrazarse podría vestirse con vaqueros y un jersey y estar perfectamente disfrazado. Al contrario, ningún espía iría con gabardina y sombrero de fieltro calado sobre los ojos porque lo reconoceríamos de inmediato como un espía, es decir como alguien que no tiene una apariencia normal de espía…

–Pasando, por decirlo así, al otro lado, es decir a las modalidades del descubrimiento del secreto, hay una de ellas que es típicamente contemporánea: la interceptación o escucha. En los últimos tiempos usted ha vuelto a menudo sobre este tema. ¿Cuáles son las razones por las que lo considera tan importante?

–La escucha/interceptación es parte de la pesquisa, es decir del descubrimiento del secreto, y plantea inmediatamente el tema de la estrategia de ocultación y revelación y, también, de la estrategia de revelar algo en la medida en que permite esconder otra cosa. Además, plantea también el tema de las estrategias para oponerse a ella, como en el caso de aquel capo de la mafia que, para dar órdenes, solo utilizaba pizzinni, es decir pequeños mensajes escritos en trozos de papel.
La cuestión de la escucha/interceptación se plantea hoy de forma decisiva en relación a las estrategias, las técnicas, los costes de las escuchas/interceptaciones y, por otro lado, a la definición de sus límites. Esto entronca con el muy delicado problema de la transparencia que se puede exigir a ciertos actores sociales, en concreto a los actores sociales públicos, y, al mismo tiempo, con el problema de cuánto secreto tenemos nosotros derecho a guardar.
Hubo un momento en que los psicoanalistas decidieron abandonar la estrategia freudiana, que consistía en decir al paciente: échate en el sofá y dilo todo, sin esconder nada. Gradualmente, el psicoanálisis ha ido cediendo con respecto a tener que decirlo todo, a esa transparencia total, en primer lugar porque provocaba unas resistencias, y la gente acababa no diciéndolo todo, y también por cierta alienación inevitable debido a que el psicoanalista pensaba que se le decía todo, pero luego no era así. Por esas razones se llegó a la idea de que, incluso en el momento en que asumimos la obligación de decirlo todo, quizás exista un núcleo de secreto que es mejor guardar.
Yo creo que la cuestión de la escucha/interceptación planteó este problema, que Baudrillard expresó de forma «dramática» cuando habló de la obscenidad, observando cómo en la sociedad contemporánea haya una tendencia a ponerlo todo en escena. Es decir, de alguna manera, la escucha/interceptación va en la dirección de una total transparencia, de una obscenidad generalizada. El problema es, por tanto, el de saber cuáles son los regímenes de secreto que pueden funcionar y cuál es su papel en lo que tiene que ver con la personalidad. Hoy se habla mucho de identidad, pero la identidad no está constituida solo por lo que sé y lo que soy (y, evidentemente, por lo que no sé) sino también por lo que puedo mantener secreto, defender como secreto o decidir revelar por estrategia personal. Esto, por ejemplo, quita al concepto de identidad su aspecto puramente expresivo y le otorga una dimensión, por decirlo así, criptografiada, por la que tenemos derecho a construirnos un mundo de secretos, aunque estos sean ilusorios y banales, y por la que importa no solo lo que una sociedad expresa sino también lo que esconde. Siempre en los límites de los intereses por saber que tengan los demás. A partir de aquí, empieza la estrategia y la tipología de los secretos.

–Si, como decía Simmel, el secreto no desaparece sino que tiene tendencia a «desplazarse», ¿cómo diría que se ha reubicado el secreto diplomático después de WikiLeaks? ¿Y cómo cree que ha cambiado el papel de los diplomáticos?

–Antes de nada, quisiera hacer un elogio de los diplomáticos, de quienes hoy en día todos dicen que ya no sirven para nada. Isabelle Stengers, que es sin duda la mejor filósofa de la ciencia en Europa, en su libro sobre las cosmopolíticas ha escrito que, probablemente, el diplomático es la figura más importante para entender el funcionamiento de las traducciones conceptuales. Cuando un diplomático desarrolla su actividad lo hace en nombre de unas personas que han delegado en él y se relaciona con figuras que han sido, a su vez, delegadas por otros. En cualquier conflicto de intereses que surja el diplomático tiene que inventar una solución que, de alguna forma, traiciona las expectativas de quien le ha hecho el encargo. Y el de enfrente tiene que hacer lo mismo. Por tanto, en diplomacia se produce una especie de invención de la solución —que existe también en otros campos de la vida social pero que aquí es explícita— por la que se hacen surgir en el medio unas soluciones que, en cierta medida, habrá que conseguir que sean aceptadas por nuestros demandantes. Esta idea de que, de alguna forma, el diplomático tiene que persuadir a su demandante y no solo informarlo, hace de él, dice Stengers, un prototipo de epistemólogo en activo.
El tema de las indicaciones a los diplomáticos y de la manera en la que estos pasan luego las informaciones es relevante también porque el diplomático tiene que saber las preguntas que el otro se hace sobre él, aunque solo sea porque a partir del tipo de preguntas y los intereses del otro se puede entender en qué se interesa. Hoy se tiende a subestimar el valor de WikiLeaks, que ha representado la mayor filtración de la historia de la diplomacia, porque muchas de las informaciones que se han hecho públicas ya se conocían. Es cierto, pero en lo que hay que fijarse es en los destinatarios de estas filtraciones. Está claro que en sistemas donde las informaciones circulan libremente, muchas de las cosas reveladas porWikiLeaks ya se sabían. Sin embargo, no es así en todo el mundo, y conWikiLeaks se han convertido también en destinatarios de dichas informaciones personas que viven en regímenes en los que ese tipo de información no circula en absoluto. Por tanto, incluso las informaciones que nos parecen banales porque circulan en sistemas de información muy abiertos no lo son en otros sistemas. Pero, además, creo que también en nuestro caso las filtraciones de WikiLeaks descubren muchas cosas. Por ejemplo, paradójicamente, se ha visto que la diplomacia estadounidense es muy eficiente y, también, a menudo muy activa en situaciones de cambio político, como es el caso en América Latina. Por otra parte, se ha descubierto la debilidad de ciertos sistemas de criptografía que hasta hoy se consideraban muy resistentes.
Para concluir, me gustaría volver a la fórmula de Simmel, por la que el secreto es como una manta demasiado corta: si cubre la nariz deja los pies descubiertos, si cubre los pies deja descubierta la nariz. En otras palabras, el secreto es, de alguna manera, desplazable, y las revelaciones, al tiempo que descubren una cosa, esconden otra. Es una idea que acompaña también las tesis de Foucault, cuando nos dice que una norma legal, que codifica cierto tipo de fenómenos y disciplina ciertas ilegalidades, abre al mismo tiempo nuevas ilegalidades. En nuestro caso concreto, está claro que el hecho de disciplinar un régimen de secreto crea nuevas posibilidades de puesta en secreto. Los ejemplos, naturalmente, pueden ser muchísimos, pero está claro que cada vez que alguien revela algo, la pregunta es ¿qué es lo que se ha guardado? Estratégicamente, por ejemplo, podemos imaginar que alguien revele algo porque, al hacerlo, parece indicar que el problema está resuelto y nadie se preocupará de investigar si, revelando ese algo, se ha ocultado otra cosa. En otras palabras, este desplazamiento del secreto no es una cuestión ontológica, en el sentido de que cuando se desplaza un secreto necesariamente aparece otro, sino estratégica: la aparición de nuevos secretos está relacionada con los sistemas de revelación.
Naturalmente, en esta especie de competición en torno al secreto y la información se observa la cuestión estratégica de la escalada a los extremos que resulta normal en todo conflicto, y que hace necesario ponerse de acuerdo sobre dónde hay que parar. Por tanto, hay un momento en el que hay consenso acerca de cierto tipo de secreto. Tomemos, por ejemplo, el secreto de Estado, sobre el que Bobbio razona de la siguiente manera: si todos estamos de acuerdo en que la Constitución defiende un determinado valor entonces estarán admitidos todos los secretos necesarios para lograr ese objetivo. El secreto, por tanto, no es algo malo por definición. Lo que hay que combatir es el mecanismo de la puesta en secreto, y con el único fin de entenderlo y explicitarlo. Una vez que lo hayamos conseguido, quedará por saber si la manera en que ponemos en secreto, en vez de defender los objetivos que marca la Constitución, no los pone en peligro. Esto es uno de los problemas clásicos de los agentes de los servicios secretos.
M.S.


  • Esta entrevista, celebrada en Roma el 6 de mayo de 2012, se enmarca en el proyecto de investigación de I+D «El fenómeno WikiLeaks en España: un análisis semiótico y mediológico». Ref. CSO 2011-23315. torna al rimando a questa nota
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