La semiótica del camuflaje


A cura di Mariana Patricia Busso, Revista LIS. Letra Imagen Sonido. Ciudad Mediatizada, Equipo UBACyT S094, Ciencias de la Comunicación, Facultad de Ciencias Sociales-UBA, año 7, nº 13, primer semestre 2015.


Sin dudas uno de los semiólogos más reconocidos a nivel internacional, Paolo Fabbri (Rímini, 1939) es también un incansable pensador acerca de los alcances, las potencialidades y las problemáticas de la semiótica contemporánea. Autor de Tácticas de los signos: Ensayos de semiótica (Barcelona, Gedisa: 1995) y El giro semiótico (Barcelona, Gedisa: 2000), Fabbri se ha desempeñado como docente en numerosas universidades italianas y extranjeras: Boloña, Venecia, Florencia, Urbino, Palermo, París V, San Diego (California), entre otras, lo han contado entre sus claustros. Desde 2013, además, es el director del Centro Internacional de Ciencias Semióticas con sede en la ciudad de Urbino, Italia [http://semiotica.uniurb.it], institución de referencia para el mundo académico de la semiología y en cuya fundación en 1970 el mismo Fabbri participara activamente, junto con Pino Paioni y el entonces Rector de la Universidad de Urbino, Carlo Bo.
Crítico pero a la vez optimista en relación a la actualidad y a las perspectivas futuras de la disciplina semiótica, Fabbri reconoce la complejidad de gestionar este paradigma de dos grandes filiaciones: una tradición de corte lingüístico y europeo, que incluye a Saussure y en la que se ubican nombres como Hjelmslev y Greimas y donde podemos incluir al propio Fabbri, y otra rama de raíces anglosajonas, influenciada por la lógica y la filosofía de Peirce, y uno de cuyos exponentes contemporáneos más reconocidos es el italiano Umberto Eco. Sin embargo, para Fabbri esta complejidad no limita las potencialidades de la investigación semiótica ni mucho menos: en calidad de disciplina con vocación científica que se interesa en los sistemas y procesos de significación, afirma, tiene todavía mucho para decir acerca de viejas y nuevas problemáticas de producción del sentido social.
Fabbri se ha manifestado contrario a la concepción (defendida entre otros por Eco) de una división de la semiótica en dos partes: una general o teórica, asociada a la filosofía del lenguaje, y otra aplicada. Para Fabbri, ello ha contribuido a hacer que esa disciplina pierda fuerza e influencia, aunque no ha minado su convicción de que la semiótica aún es capaz de brindar una especie de metodología general para las ciencias sociales, permitiendo realizar pasajes o traducciones –consensuales y conflictivasentre distintos sistemas sígnicos. De ahí uno de los grandes intereses de este semiólogo: la problemática de la eficacia y del rol estratégico de los signos, la comunicación basada en el secreto, en el camuflaje, se cuentan entre sus temas privilegiados de investigación, que discuten los postulados de una comunicación entendida como diálogo abierto y transparente.
En esta entrevista, Fabbri reflexiona acerca de las complejidades del paradigma semiótico y de las posibilidades que éste contempla para el abordaje de problemáticas de actualidad, como ser el rol del secreto y el auge de investigaciones basadas en el big data. Lo hace invitándonos a realizar un recorrido que abarca gran parte de la historia de la semiótica, y del que Fabbri también da cuenta en calidad de director del Centro Internacional de Ciencias Semióticas de Urbino; institución de innegable trayectoria y referencia en el panorama académico global, que ha sido relanzada en el año 2013 tras un período de relativa inmovilidad, y donde busca plasmar una de sus inquietudes fundamentales: las relaciones semióticas entre las ciencias de la significación y las ciencias naturales.

– El Centro Internacional de Ciencias Semióticas de Urbino ha desarrollado a lo largo de su existencia un rol inestimable en el desarrollo –italiano pero también internacional- de la semiótica. Sus seminarios de verano y sus numerosas publicaciones estimularon y acompañaron el período de auge de esta disciplina. Recientemente (desde el año 2013), Ud. ha asumido su dirección, aunque en realidad ha estado involucrado con el Centro desde su fundación en 1970, junto a Pino Paioni y a Carlo Bo. ¿Qué nos puede relatar sobre esos primeros tiempos?

– Yo soy uno de los tres fundadores, pero hay que reconocerle también a Greimas y a su energía la idea de hacer este centro. En mi estancia en París en los ’60 seguí el trabajo de Barthes, y participé de su bellísimo curso sobre S/Z; durante este seminario, Barthes me sugirió que, dados mis intereses, me aconsejaba conocer a Greimas, que en ese momento daba un curso sobre el libro que luego sería la Semántica Estructural. Yo seguí ese curso, que efectivamente era más cercano a mis intereses. Cuando luego me convertí en profesor de Filosofía del Lenguaje en la Universidad de Urbino, logré convencer a Paioni (que tenía intereses y curiosidades idénticas a las mías), y a través de él al rector de la Universidad (este potentísimo intelectual católico llamado Carlo Bo), de abrir este Centro de Semiótica. Este centro nunca hubiera existido en una pequeña universidad como Urbino si no hubiera participado Greimas, quien entonces había dejado el laboratorio de antropología social en el que trabajaba con Levi-Strauss, y que había ingresado a la École Pratique des Hautes Études (EPHE), que luego se convirtió en la École des Hautes Études en Sciences Sociales (EHESS). Fue Greimas quien dirigió por dos años las actividades del Centro de Semiótica de Urbino, y quien armó el formidable comité científico de los primeros años del Centro, con gran parte de las personas que eran culturalmente importantes en esa época en Italia y en Europa: estaban Lotman, Baldinger, y otros grandes estudiosos de semántica y de semiótica.
¿Qué llevó a Greimas a involucrarse? Recordemos que Greimas es de cultura francesa, enseñaba en Francia, etc., pero es de origen lituano; y esto fue muy importante en ese momento, debido a su conocimiento del mundo de la cultura de Europa del este y de lo que se llama “cultura de los círculos” (el círculo de Praga, el círculo de Moscú…) donde se elabora este nuevo modo de pensar las ciencias humanas ligado a la lingüística, a la hipótesis estructural. En mi opinión, Greimas era muy sensible a esta cuestión, y le parecía obvio que se podía hacer una cosa de este estilo en Italia, con una vocación europea.

– A lo largo de su historia, el Centro ha sido un espacio de referencia intelectual, motorizado por la publicación centenares de Documentos de Trabajo, pero también un punto de encuentro para estudiosos de la semiótica y de las ciencias humanas provenientes de muchas partes del globo. ¿Cómo se explica este rol?

– Yo admiraba mucho la idea de que se pudiera conjugar una ciencia social con una disciplina más articulada, menos vinculada al empirismo estadounidense. Era el momento, no lo olvidemos, de la así llamada “cortina de hierro”, y con el Centro existía la posibilidad (Greimas estaba muy interesado en esto) de traer a estudiosos del otro lado de la cortina; justamente, desde los inicios vinieron lógicos polacos, antropólogos y folcloristas rumanos y húngaros… Hay que decir también sobre ese momento que el estructuralismo, con todos sus defectos, tenía sin embargo esa posibilidad de sobrepasar las divisiones entre las distintas disciplinas; para mi éste fue un momento particularmente feliz, y sobre el que desgraciadamente hoy estamos volviendo hacia atrás. En ese momento, la idea era que existía la posibilidad, en un lugar digamos…. “autónomo”, de que se pudieran encontrar de manera “neutral” personas que tenían impostaciones culturales y, sobre todo, tradiciones de estudio muy, muy distintas. Y ese fue un momento muy útil y fructífero para todos.

– Los intereses de investigación de ese Centro de Semiótica han abarcado desde el estructuralismo de los años ’60, para llegar a las preocupaciones recientes por la discursividad y la semiótica de las culturas. Como director actual del Centro, ¿cómo se retoma ese proyecto, en el marco del paisaje de la semiótica contemporánea?

– Hemos cambiado el nombre del Centro de Semiótica y Lingüística a Ciencias Semióticas, donde lo que me interesa es la orientación que se encuentra en la palabra ciencias semióticas, es decir, en el tentativo de quitar de la semiótica a una generalización un poco vacua, por la que se llama semiótica a todo lo que es el estudio de sistemas de signos lingüísticos y no lingüísticos, lo que equivale a decir que hay que hacer lingüística porque es necesario estudiar el lenguaje. Yo creo que es necesario retomar lo que decía Greimas, es decir, trabajar con la mira de la cientificidad, con una orientación científica. Y cuando digo ciencias lo hago pensando en algo muy preciso. En los años en que fue fundado el Centro de Semiótica, la lingüística parecía una especie de ciencia humana con una fuerte vocación cultural, pero que era considerada una ciencia piloto para las otras ciencias humanas; eso no era una mala idea, incluso si esa cuestión a menudo se resolvió con metáforas (la “gramática de la textualidad”, el “léxico de la imagen”, que son metáforas que pueden ser productivas o, por el contrario, generalidades…).
En cambio, hoy se está produciendo un repensamiento de la lingüística en una dirección, digamos, “naturalística”. Precisamente, cuando digo ciencias me refiero a esta idea de que una vez la cientificidad tenía un tono, cómo decir… muy separado de las ciencias del hombre; yo participé en este movimiento para orientar hacia un reconocimiento de que incluso las ciencias llamadas “naturales” son ciencias profundamente embebidas de cultura y de conocimientos que nosotros denominamos semióticos. Pienso aquí en el trabajo de Bruno Latour, de Isabelle Stengers. Hace años con Latour escribimos un artículo sobre la posibilidad de estudiar semióticamente los textos científicos. En su época esto suscitó -y continúa haciéndolo ahora- una especie de indignación; a veces los científicos (no todos, por supuesto) cuando razonan teóricamente, piensan que la ciencia practica una racionalidad independiente, una racionalidad en última instancia. Hoy eso ha cambiado, y ha cambiado en parte gracias al trabajo que la semiótica ha realizado en la así denominada sociología de las ciencias, y que hoy se nombra como action-network theory o filosofía empírica. Es decir, hoy hay una orientación que incluye, al interior de la semiosfera, la práctica de las ciencias naturales; en los años en los que estaré dirigiéndolo, el Centro de Semiótica insistirá mucho en esta idea de un proyecto de cultura científica.

– En ese sentido, ¿cómo evalúa el panorama de la semiótica actual? ¿Cuáles considera que son las problemáticas principales que debe afrontar esta disciplina?

– Uno de los grandes problemas de la semiótica contemporánea es que produce muchos textos, pero que no produce crítica sobre los textos que producimos. Otro problema muy importante es que, al menos en Italia, hemos acumulado en los últimos años cerca de 20 textos introductorios a la semiótica. Yo encuentro esto muy grave, muy peligroso, porque esto significa que no hay un corpus unificado de conceptos y que por ende existe una debilidad, una incerteza, de las orientaciones semióticas. Se habla de la existencia de una semiótica canónica, de una semiótica standard, y de la necesidad de seguir avanzando; pero luego todos reescriben introducciones a la semiótica… Yo creo que, de una parte, es necesario reforzar estas orientaciones de base; pero por otra parte, es necesario realizar evaluaciones críticas –positivas o negativas-, que una disciplina teórico-conceptual necesita. Considero que esto es importante en todas las disciplinas, que son definidas interiormente (por la propia consistencia conceptual y por sus interdefiniciones de terminologías), pero que también se definen por las resistencias que hay. Esto no ha sido estudiado lo suficiente para el caso de la semiótica, y sería interesante hacerlo, ya que se trata de una disciplina que suscita aún muchísima resistencia. Creo que es necesario realizar una revisión a esta tendencia deplorable de hacer continuas introducciones a la disciplina y, por otra parte, introducir un aspecto crítico, y a veces incluso negativo.

– Siempre en relación a la consolidación de este paradigma semiótico, tan discutido durante sus 50 años de vida, Ud. ha afirmado que su crisis se debe no solamente a resistencias externas, sino también a problemáticas internas; entre ellas, la distinción entre semiótica general y semiótica aplicada defendida por Eco. Al mismo tiempo, Ud. ha propuesto que la semiótica debería preocuparse por los procesos de producción de sentido, funcionando como una especie de “caja de herramientas” o de organon al servicio de las ciencias sociales. ¿Piensa entonces que ese sería el camino para superar las discusiones relativas al rol y a la utilidad del abordaje semiótico?

– Es una pregunta muy seria porque, como se puede apreciar, todos esos textos introductorios en cadena significan una incerteza sobre el paradigma. Actualmente no existe un paradigma semiótico en el sentido kuhneano –un paradigma conceptual, científico, que construye un mundo interno de significaciones-, y no sólo por fuertes resistencias externas, como por ejemplo aquella sobre el así llamado ‘anti-historicismo’ de la semiótica (que no es cierto pero que de todos modos ha tenido un peso importante), sino también por argumentos internos, que son muy claros. Kuhn decía que alguna vez, muy raramente, es posible que exista un paradigma científico con dos cabezas… cómo decirlo, no con un jefe de gobierno sino con “cónsules”, como en la antigua Roma. Ahora bien, en la semiótica existe por una parte la tradición lógico-filosófica de Peirce, cuya enorme filiación termina con Eco y, del otro lado, una tradición saussureana, que se conecta con la ciencia lingüística que existía ya antes de Saussure (quien provoca una gran transformación interna) y en la que se ubican Jakobson, Greimas, Hjelmslev, etc. Se conformó así este paradigma “consular” o dual, muy complejo de gestionar, ya que es difícil integrar estas dos tradiciones.
Esto no es tan cierto en Francia, por ejemplo, donde el rol de Peirce ha sido mucho menor y la tradición dominante es lingüística, no lógica; o en EE.UU., donde Peirce “domina” la semiótica, y el conocimiento estructural es menos conocido y más equívoco. Italia por su parte, es un país donde afortunadamente -y debido en gran parte a la extraordinaria personalidad de Eco, a su importancia cultural mundial- podemos encontrar este paradigma dúplice.

– Sería necesario un poco de sinecismo para llevar a cabo la integración entre esas dos tradiciones…

– Sí… se ha probado este sinecismo, sobre todo lo ha hecho Eco. Él trabajó mucho en la relación Hjelmslev – Peirce, pero es muy difícil hacerlo, porque los intereses de Peirce por el lenguaje eran muy escasos, más bien nulos. Peirce era un kantiano, y Kant no estaba interesado en el lenguaje. Probablemente haya habido tentativos por integrar la problemática de Peirce; pero es muy difícil, porque la problemática peirceana, por ejemplo la famosa distinción sobre las imágenes que se cita constantemente: índice, ícono, símbolo, etc, se funda sobre lo real, sobre el contacto con la realidad para el caso del índice; mientras que está claro que para quien estudia, como nosotros, las imágenes, el problema no es la realidad sino el significado. La realidad luego es un efecto, un efecto de sentido decisivo. Naturalmente esto no quiere decir que no nos interesamos por la realidad; la realidad cultural es una realidad, pero no en el sentido lógico, es decir, de una referencia externa al discurso. Esta es una diferencia irreductible.
También está el problema de la relación con la verdad, que es típicamente lógico y filosófico, y que no es una de las problemáticas de la semiótica; nuestro problema es que hay algunas modalidades discursivas como el indicativo, que permiten análisis en términos de verdadero/falso; y otras que no, como las imperativas, las interrogativas, que no consienten esos juicios, y que son eficaces y performativos. Es decir que para nosotros la verdad y la falsedad son regímenes característicos de la utilización del discurso.

– ¿Se podría decir que esta discusión entre realistas e idealistas habría “tomado de rehén” pero también resistido a esa preocupación por los procesos de significación?

– Seguramente. Yo considero, por el contrario, que el gran problema del análisis del sentido (admitiendo que el sentido tenga una articulación propia), era justamente interesante para superar esta oposición idealismo/realismo que, como todas las oposiciones maniqueas, vuelve constantemente. De todos modos, pienso que hoy sería mucho más interesante reflexionar en la investigación a partir de la idea de que estos juicios de verdad y de realidad son un sector específico de la problemática general sobre el sentido.

– Desde el punto de vista de la eficacia de los procesos sígnicos, es notoria su preocupación relativa a los modos de funcionamiento del secreto, y al rol estratégico de la verdad en el interior de la sociedad. Temas que son compartidos por investigadores como Jorge Lozano, del Grupo de Estudios de Semiótica de la Cultura de Madrid, que se ha interesado mucho por el fenómeno de Wikileaks. ¿Podría decirse que la problemática de la transparencia y de la opacidad, de la significación estratégica, con un punto de partida para estudiar los procesos culturales contemporáneos?

– Sí, por supuesto. No nos olvidemos que Lozano ha sido investigador en Boloña cuando enseñábamos Eco y yo, y no es extravagante que exista esta continuidad. Con él compartimos la hipótesis del carácter profundamente estratégico de las relaciones del significado, que no se define ontológicamente por una esencia durable, sino que es permanentemente “negociado”; el interés que todos tenemos por la traducción entre sistemas lingüísticos y entre sistemas semióticos, es un ejemplo perfecto: es la idea de que existe algo que recubre todos los sistemas sígnicos, que es la traducibilidad. Ahora bien, para hacer esto evidentemente es necesario imaginarse representaciones significativas de sí mismo y del otro, y jugarlas estratégicamente. De allí el interés por las estrategias del secreto, del develamiento, del esconder, del travestir… lo que yo, bromeando, llamo una “comunicación en negro”, porque trata de los aspectos “oscuros” de la comunicación, como ser las interceptaciones, los espionajes, los agentes dobles, sobre los que he trabajado y sobre los que continúa trabajando con interés Lozano.
Evidentemente estas problemáticas de lo secreto y del espionaje poseen un rol muy importante para las ciencias del hombre, y en mi opinión la semiótica tiene que tematizarlas teóricamente. Eco mismo ha trabajado estos problemas, aunque lo hace en sus novelas. Al respecto mi impresión es que Eco –y en e l fondo lo ha dicho él mismo- escribe una novela cuando tiene una carencia teórica; en las teorías lógico-inferenciales como la peirceana falta esta dimensión estratégica, que Eco trata de manera extraordinaria en el plano de la ficción narrativa: el descubrimiento de un secreto, las conspiraciones, son algunos de sus grandes temas.

– ¿Podemos afirmar entonces que en el panorama actual es nodal dar cuenta de este componente estratégico y donde cuenta más el secreto que se conserva que el que se difunde, para entender el desarrollo y el discurrir de las comunicaciones, incluso a nivel geopolítico o para el caso de las guerras?

– Claro, basta pensar en la frase inevitable que dice que apenas se desata una guerra la primera víctima es la verdad, porque claramente cada uno construye la comunicación desde el propio punto de vista; también cuando hay que develar el punto de vista del otro, se está interesado estratégicamente. Por ende, las situaciones de conflicto, pero también la diplomacia (que es la continuación de la guerra por otros medios) son lugares de trato y de negociación, donde hay cosas escondidas y otras reveladas, incluso con el objetivo de obtener la paz y no la guerra. Es necesario pensar estos temas en los cuales, de algún modo, debemos considerar las acciones del otro como parte de las nuestras; creo que esto es decisivo, y no es pensable en términos tradicionales e ideales como el de Habermas de la comunicación como –simplificando mucho- acto abierto y transparente. Greimas lo había introducido muy bien estos problemas con el concepto de simulacro: nosotros presentamos simulacros de nosotros mismos al otro, que presenta a su vez simulacros propios, y jugamos esta estrategia. Por eso yo escribí recientemente sobre la problemática del camuflaje, que se encuentra en los microbios y los anticuerpos, pasando por los insectos y los animales superiores, hasta llegar a los hombres. Estas estrategias de camuflaje son de dos tipos: el secreto, el esconder, y el travestimiento. Creo que este tema del camuflaje forma parte de este tipo de problemáticas.

– Ud. se ha referido a una problemática que es posible de relacionar con otra muy actual, como es la de la identidad. Actualmente la identidad viene presentada, al mismo tiempo, como construcción múltiple pero también como fundamental o esencial, en parte como producto de esa globalización que permite contemporáneamente la posibilidad de tener múltiples pertenencias y el retorno de los localismos.

– Las pertenencias son del orden del ser, y evidentemente las identidades son, al mismo tiempo, del orden del ser y del hacer; parte del hacer es la representación. El problema es que nosotros representamos las identidades, y lo hacemos también respecto a los otros. Tenemos primero una autodefinición: yo digo que soy aquello que soy, y esto es constitutivo, no solamente expresivo; cuando digo que soy aquello que soy, estoy afirmando que soy de un cierto modo, y por ende esta afirmación es performativa. Pero después soy lo que soy en relación al otro, y esta relación puede ser conflictual o contractual: contra el otro, o bien junto a él. Debemos pensar que la identidad es un proceso de transformación propia; es decir, es reflexivo y también transitivo, y esta transitividad puede ser conflictual o contractual. Hay una negociación constante en esta actividad; también hay pausas, frenadas, como cuando se dice: yo soy yo y punto, un hombre es un hombre, una mujer es una mujer. Siempre sostengo que cada vez que alguien hace una afirmación ontológica de este estilo, es indicio de que, en algún modo, hay crisis de una identidad que se trata de inmovilizar, ya que todas las tautologías son actividades performativas que tratan de activar o paralizar transformaciones en curso. Por supuesto que hay que ser muy precisos en la definición; pero está claro que los problemas de la así llamada “globalización” tienen que ver…. Un ejemplo interesante para esta cuestión: en el año 2012, el ejército estadounidense abandonó su investigación para encontrar un uniforme de camuflaje universal, que fuera capaz de ser eficaz en todos lados: ya sea en el desierto, ya sea en los polos. Se abandonó esa búsqueda: es decir, no hay globalización del camuflaje. Hay lugares distintos, en los que es necesario vestirse en modo distinto.

– Hay otro tema que actualmente en las ciencias sociales es objeto de preocupación y de debate: el big data. Hace un tiempo Carlos Scolari, de la Universitat Pompeu Fabra de Barcelona, sostuvo que la semiótica de matriz latina tendría posibilidades de generar nuevos modelos teóricos y de crecer si se confrontara con nuevos objetos de estudio, como por ejemplo el big data. ¿Cree que el desarrollo actual de la semiótica le permite insertarse como abordaje válido para el análisis de estas moles de datos?

– Con esa afirmación se está repitiendo un gran lugar común de la semiótica: que habría habido una semiótica que se habría convertido en canónica, estándar y no innovativa, y que habría que confrontarla con otro tipo de datos para renovarla. Creo que no es verdad que la semiótica no tiene ideas nuevas; ciertamente, lo que hay que hacer es adecuar modelos para este tipo de objetos. En lo que tiene razón Scolari es en pensar qué diría y cómo debería adaptarse la semiótica a la problemática del big data. Esto tiene que ver con lo anterior: el big data no es solamente cuestión de cantidad de datos, sino de modalidad estratégica del uso de la información. Doy un ejemplo banalísimo, que todos los estudiosos conocen: hoy es posible tener una mirada desde el cielo; es el caso de los drones militares, que ven todo lo que sucede en el nivel de la superficie, pero no ven lo que sucede en el fondo del mar y bajo la tierra; pensemos en los submarinos y en los túneles. El primer punto entonces es que no es cierto que se puedan recoger todos los big data que se quiera; sin dudas, hay un problema de estrategia de recolección y de manipulación. Otro punto es el problema de la utilización del secreto, cuáles son las fuerzas que lo hacen; desde este punto de vista, considero que hay muchas buenas categorías de la semiótica que se pueden utilizar, y que surgirán nuevas ideas al respecto.
El del big data es un proceso positivista y cuantitativo que ciertamente inquieta a los vigilados, pero también a quienes recogen los (¿meta?) datos con objetivos de vigilancia. Ellos no saben nunca hasta qué punto es necesario saber aquel dato suplementario e imprevisible que faltó, por ejemplo, en el caso de un accidente o de un atentado. De allí su necesidad continua de acumular otros datos, o mejor, de dirigirse a los little data provistos por las ciencias del hombre –como la semiótica-que tendrían la pretensión de sustituir. Por el contrario, en lo que respecta a los vigilados, creo que la respuesta semiótica se basa en individuar aquello que, en mi opinión, es importante: las diversas estrategias posibles de enmascaramiento y de camuflaje. Que pueden ser incluso la máscara de la más absoluta normalidad.

– En abril de 2014 falleció el semiólogo argentino Eliseo Verón, que ha sido definido por usted como un amigo además de un colega, y con quien ha mantenido diferencias teóricas que, sin embargo, no han impedido preocupaciones comunes. ¿Cuál considera que es la herencia de Verón en el ámbito de la semiótica?

– Eliseo focalizó todo su trabajo sobre la investigación empírica, sin pretensiones de tipo filosófico o teórico general. Ha hecho una serie de estudios – para mi fue memorable aquél sobre el accidente nuclear de Three Mile Island-, donde la investigación empírica en el discurso social era absolutamente fundamental. Yo creo que esa ha sido su hipótesis. Al mismo tiempo, Eliseo tenía algunas ideas distintas a las mías sobre algunos puntos teóricos; pienso por ejemplo en el concepto de enunciación. Eliseo era vivamente contrario a la hipótesis de Benveniste, y las había revisado principalmente a través de sus estudios sobre la imagen, en la dirección de, por ejemplo, los aportes de Metz (de quien era muy amigo) sobre estos temas.
Por lo tanto diría que, ya sea por la confrontación crítica sobre algunos puntos fundamentales como la enunciación o la narrativa (problemática que Verón encontraba, como yo, excesiva; la narratividad es un concepto muy importante, pero si se convierte en una especie de genérico storytelling entonces se convierte en poco interesante); ya sea por su radical aplicación y confianza en el pathos de la empiria, Verón será siempre importante en la historia de la semiótica.


Nota

  • * Una versión resumida de esta entrevista fue publicada el 01/11/2014 en la Revista Ñ del Diario Clarín. torna al rimando a questa nota
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