Paolo Fabbri destaca la capacidad del tatuaje para crear su propio lenguaje


Da: Jaime Fernández, Tribuna Complutense, Universidad Complutense de Madrid, 01/02/2018.
www.tribuna.ucm.es/43/art3109.php#.Wnw1j-jOXIU


Dentro de las actividades del máster universitario en Investigación en Periodismo: discurso y comunicación (MUIP), la sala de conferencias de la Facultad de Ciencias de la Información ha acogido la ponencia El tatuaje como documento, impartida por Paolo Fabbri, director del Centro Internacional de Ciencias Semióticas de Urbino. En su charla, repasó a grandes rasgos la historia del tatuaje, haciendo especial hincapié en sus orígenes relacionados con lo primitivo y lo aborigen y llegando hasta un presente en el que el tatuaje se está convirtiendo en una obra de arte.

Paolo Fabbri considera que el tatuaje está de actualidad, y para afirmarlo se basa tanto en exitosas exposiciones en ciudades como París, como en modernos tatuajes que sirven para controlar dispositivos electrónicos y en la prevalencia de esta práctica. Según sus datos, en Estados Unidos el 30% de la población tiene algún tatuaje, mientras que en Italia, el 13% de los hombres y el 14% de las mujeres se han tatuado al menos alguna vez.

En contra de lo que se pueda pensar, el tatuaje no es una práctica juvenil, o al menos no lo es en Italia, porque el mayor porcentaje de personas con tatuajes en ese país se concentra entre los 35 y los 44 años.

Fabbri destaca que lo más importante del tatuaje es su capacidad semiótica que va dejando signos y señales, y además el hecho de que lo haga en la piel, en el propio cuerpo, que “es el primer objeto de consumo de la sociedad contemporánea”.

El tatuaje, según Fabbri, no ha surgido del mundo de la moda, sino que “ha nacido desde abajo, como un fenómeno de difusión”. A pesar de eso, considera el semiólogo italiano que la moda sí que se ha aprovechado del tatuaje, apropiándoselo en determinadas ocasiones. Igual que ha ido derivando hacia su conversión en arte, “al igual que han hecho otras muchas prácticas semióticas como el cine, la fotografía o los cómics”.

Repasó Fabbri, someramente, la historia de los tatuajes, desde el neolítico y su descubrimiento por Occidente, gracias a viajes como el que Darwin realizó alrededor del mundo. Aquello llevó a una caracterización del tatuaje como un rasgo de inferioridad, ya que se consideraba que “sólo los degenerados y primitivos se tatuaban”.

Según el conferenciante, a principios del siglo XIX los prostíbulos y las cárceles se llenaron de tatuajes, “dando lugar a un sistema documental para la identificación criminal“. Opina Fabbri que ese es el primer paso “de la sociedad de control, porque el delincuente es sometido políticamente y lo primero que se ve de este individuo son los tatuajes”.

De hecho, llegaron a surgir hasta estudios con apariencia científica que construyeron una antropología criminal en torno a los tatuajes, tanto por parte de médicos como Cesare Lombroso como por nazis que estudiaron los tatuajes en los campos de concentración.

Poco a poco los tatuajes fueroncreando una propia jerga, que en casos como los grupos mafiosos, las cárceles , “y otras instituciones totales” llega a ser incluso un “antilenguaje, con una gran variedad de léxico y con sus propias características”. En esos lugares, donde no existe la libertad, “la identidad se ratifica como una manera de defender el yo soy yo ante todos aquellos que te quieren quitar el hecho de serlo“.

El tatuaje además ha servido para inventarse la tradición, y para ello Fabbri puso dos ejemplos muy claros, el de los tatuajes maoríes y el de los japoneses. De acuerdo con él, en el caso de los maoríes, y “a causa del turismo, se ha reinventado un pasado y se ofrece al turista aquello que identifica como un tatuaje aborigen“, aunque no tenga nada que ver con la realidad.

Y lo mismo ocurre con los tatuajes japoneses, que en su país están prohibidos y sólo los utiliza la mafia, la yakuza, pero que llegaron a Estados Unidos, llevados allí por los marines y que pronto se extendieron por la cultura subversiva de la juventud americana de los años sesenta.

Concluyó su charla, presentando a Will Delvoye, un belga que tatúa a cerdos, “en un claro proceso de artificación, convirtiendo su piel una obra de arte que al morir el animal por causas naturales, se cotiza, y lo hace muy caro”.

Como conclusión de la conferencia, el profesor Jorge Lozano, consideró que el tatuaje “es un elemento clave para una historia del momento“, en la que lo más interesante sea quizás el desplazamiento del tatuaje de las instituciones totales hasta el arte y  expresarse lingüísticamente “usando el cuerpo como lienzo”, reflejo quizás de la “crisis del arte contemporáneo donde cualquier cosa puede ser arte”.

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